En los últimos meses el departamento de La Guajira ha sido escenario de un fenómeno que, aunque involucra la legítima expresión de descontento de las comunidades, ha comenzado a ser visto como una forma de abuso sistemático: los bloqueos diarios de las vías.
Estas acciones, inicialmente concebidas como medidas de presión para obtener atención gubernamental a demandas históricas y urgentes, se han normalizado, generando un impacto profundo y negativo en otros sectores de la sociedad.
Es innegable que en La Guajira existen problemáticas que requieren respuesta inmediata, como la escasez de agua potable y el acceso limitado a servicios básicos. Las comunidades, desesperadas por ser escuchadas, han hecho de los bloqueos una herramienta recurrente. Sin embargo, es necesario preguntarse: ¿hasta qué punto estos métodos son efectivos y justificados? Cuando una estrategia de protesta se convierte en rutina, su eficacia se desvanece y comienza a afectar a aquellos que no tienen relación directa con la causa que se busca defender.
Los bloqueos no solo obstaculizan el tránsito de personas y mercancías, sino que impactan también la economía local y regional. Los comerciantes y trabajadores que dependen de un flujo constante de clientes y productos ven su actividad paralizada, lo que genera un efecto dominó de desempleo y pobreza. Así, en lugar de impulsar soluciones, los bloqueos pueden perpetuar ciclos de desempleo y baja en la economía.
Además, estas acciones generan un clima de tensión y división entre quienes apoyan las protestas y aquellos que se ven afectados por ellas. La solidaridad que debería unir a las comunidades en torno a sus luchas se transforma en desconfianza y resentimiento. Este ambiente polarizado no solo dificulta el diálogo constructivo con las autoridades, sino que también entorpece la búsqueda de alianzas estratégicas que podrían potencialmente beneficiar a todos.
Es fundamental que las comunidades encuentren nuevas formas de expresar su descontento, que logren articular sus demandas sin recurrir al bloqueo de vías. Crear espacios de diálogo, establecer mesas de trabajo y promover la participación ciudadana puede resultar mucho más productivo que interrumpir la cotidianidad de quienes, aunque comparten la indignación por las injusticias, no son parte del problema ni de la solución.
Por lo tanto, es momento de reflexionar sobre cómo hacer escuchar sus voces sin silenciar las de los demás. La lucha por los derechos y la dignidad no debe convertirse en un arma de doble filo que causa más daño que beneficio. En La Guajira, las comunidades tienen derecho a protestar, pero también deben asumir la responsabilidad de considerar el impacto de sus acciones en el conjunto social. Solo así podremos avanzar hacia una resolución real de los conflictos y hacia una convivencia armónica que favorezca a todos.