En toda democracia, los medios de comunicación cumplen la misión fundamental de vigilar al poder, abrir espacios para la deliberación pública y garantizar que la ciudadanía acceda a información verificada, plural y oportuna. Su legitimidad descansa en la independencia, la transparencia y la capacidad de contrastar versiones en beneficio del interés colectivo. Sin estos principios, se debilitan los contrapesos democráticos y se erosiona la confianza social.
Colombia atraviesa un momento de alta polarización política que ha puesto a prueba el papel de la prensa. Durante el gobierno de Gustavo Petro, diferentes sectores han señalado que parte del ecosistema mediático ha adoptado posiciones abiertamente confrontativas o, en ocasiones, abiertamente favorables, dejando en evidencia tensiones entre el deber de informar con rigor y las narrativas construidas desde intereses editoriales, empresariales o ideológicos. Las controversias públicas entre el Ejecutivo y determinados medios también han profundizado la percepción de un clima de confrontación permanente.
Este escenario plantea una discusión necesaria: la ciudadanía necesita una prensa que investigue, pregunte y cuestione, pero también que contextualice, contraste y evite la simplificación de debates complejos. La crítica al poder es indispensable en democracia, pero su ejercicio exige responsabilidad profesional, distancia frente a cualquier actor político y respeto por la evidencia. Cuando la cobertura se interpreta como parcializada, el debate público se fragmenta y aumenta el riesgo de que la información sea reemplazada por discursos que refuerzan prejuicios.
El reto no recae únicamente en los medios. Las instituciones y los gobiernos también deben garantizar acceso a la información, evitar señalar y estigmatizar a periodistas, y promover una relación transparente con la prensa. La democracia se fortalece cuando existe un equilibrio entre el escrutinio independiente y la obligación estatal de respetar la libertad de expresión y el trabajo periodístico.
Este editorial invita a recuperar una discusión esencial: el periodismo no puede renunciar a su vocación de servicio público. La independencia no es un eslogan, es una práctica diaria que exige rigor, verificación, diversidad de voces y apertura al escrutinio ciudadano. En tiempos de polarización, ese compromiso es aún más urgente, especialmente en regiones como La Guajira, donde la calidad de la información incide directamente en la toma de decisiones comunitarias y en la garantía de derechos.
La democracia necesita una prensa libre. Y la prensa libre solo se sostiene cuando su principal lealtad está con la verdad y la ciudadanía.






