El verdadero desarrollo del departamento de La Guajira comienza con un cambio de actitud humana hacia la gestión de oportunidades y desafíos tanto locales como globales. Muchas veces equivocadamente pensamos que el desarrollo ocurre al intervenir sectores económicos y financieros de manera desconectada del ecosistema territorial.
Desde esta perspectiva, es necesario reiniciar el chip mental en cuanto a la capacidad gerencial y de liderazgo en la dirigencia pública, privada y comunitaria, fomentando habilidades cognitivas y la capacidad para implementar estrategias complejas y sistémicas a problemas territoriales a largo plazo.
Esto implica actuar en el presente con una visión futurista construida de manera voluntarista y flexible, explorando múltiples caminos y monitoreando constantemente los resultados, mientras se fortalecen las redes de tejido social y económico del territorio.
Pensar que el desarrollo se logra aplicando los mismos procedimientos y prácticas, resultado de inercias que siguen una línea vectorial y tendencial del pasado, es equivocado. Y lo sustento en la revisión retrospectiva del comportamiento del departamento en cuanto al manejo de sus riquezas, bonanzas y potencialidades, evidenciando resultados visibles como la pobreza monetaria y la desigualdad social.
Un cambio actitudinal y visionario, acompañado del conocimiento científico y tecnológico, así como un proceso de planificación y gestión territorial sostenible, constituyen la primera premisa del desarrollo moderno en una humanidad en proceso de transición.
De aceptarse este postulado, se debe proseguir al diálogo constructivo entre todos los actores sociales para visionar desde la perspectiva de los territorios como sistemas complejos, la conformación de un ambiente interno y externo que le de vida a una estructura económica, política, social, cultural, ambiental y tecnológica.
Hacer este ejercicio de identificación de variables con el fin de dinamizar el territorio, nos lleva ahora sí, al momento de implementar acciones con todos los actores del ecosistema territorial llamado departamento, desde una perspectiva político-administrativa.
Es probable que después de esta reflexión, algunos críticos afirman que no hay tiempo para dicho proceso y que, en su lugar, es necesaria la acción inmediata debido a que las necesidades de La Guajira no dan espera. Frente a estas posturas, la respuesta sería que el mundo es un sistema en constante cambio y que los eventos posteriores al cisne negro de la pandemia del COVID-19, están provocando transformaciones geopolíticas, económicas, sociales y culturales sin precedentes en la historia humana.
Por esta razón, es imperativo implementar cambios radicales en la manera de concebir y gestionar el desarrollo como una necesidad para la vida humana en el Planeta Tierra.
También es cierto que a veces, en el rol de dirigentes o líderes, creemos tener las soluciones para el territorio. En este sentido, algunos plantean que el turismo es la solución a nuestros problemas económicos y sociales presentes y futuros; otros apuestan por la transformación agroindustrial y algunos más por las energías limpias.
Sin embargo, me atrevo a asegurar que todos estos enfoques, dirigidos desde una perspectiva fragmentada, segregada y extremadamente económica, ignorando los problemas sociales como la opacidad en la gestión pública y privada, la inseguridad y la criminalidad organizada, así como el poder coercitivo de actores globales multinacionales y transnacionales que cohesionan el sistema territorial, están destinados al fracaso.
Entonces, cualquier desarrollo que se plantee desde la perspectiva de desagregar el ecosistema territorial, utilizando estrategias mediáticas y una gestión tradicional de planificación, donde la toma de decisiones excluya la participación de los actores en el proceso de generación de valor social, resultaría insuficiente.
Se necesita, en cambio, un enfoque articulado y coherente que vincule pensamiento y acción. Esto permitirá que los desafíos y las riquezas materiales e inmateriales impulsen un desarrollo sostenible basado en los pilares de la ciencia, la tecnología, la innovación, y una gestión pública y privada que cumpla con los roles encomendados por la sociedad a través del entramado institucional, poniendo su capacidad al servicio del ser humano como eje central de la acción.
En conclusión, las riquezas materiales como la posición geoestratégica del territorio, los kilómetros de playas, la capacidad de generación energética eólica y solar, la minería extractiva de combustibles fósiles, los diversos pisos térmicos y climas, las culturas ancestrales étnicas, y el folclore de exportación son inútiles si no logramos desglosar su verdadero valor intrínseco como sistema, aprovechando su energía mediante la interacción de sus partes.
Esta capacidad representa el verdadero desafío del líder moderno: movilizar a los actores sociales hacia la consecución de objetivos estratégicos de beneficio social y eco-sostenible. Esto es responsabilidad de la triada gobierno, sector socio-productivo y academia, bajo principios de gobierno abierto, inclusión, responsabilidad social y ambiental, visión prospectiva y estratégica del territorio, diálogo social, seguridad y transparencia.