Desde el pasado 3 de noviembre, un bloqueo en el departamento de La Guajira amenaza con desatar un grave problema de abastecimiento energético en Colombia. La comunidad de Carrapiñapule, en el municipio de Manaure, ha cerrado los accesos al Complejo Ballena, una de las infraestructuras gasíferas más estratégicas del país, lo que compromete la producción diaria de 70 millones de pies cúbicos de gas.
La filial de Ecopetrol, Hocol, ha advertido que de no levantarse los bloqueos, podría verse obligada a apagar los pozos de producción. Esa medida, según la misma empresa, implicaría suspender el suministro de gas a importantes zonas del país, principalmente en la región norte y el centro.
La situación se ha agravado en los últimos días. Hocol denuncia que los bloqueos no solo impiden el ingreso de alimentos, insumos y personal esencial para la operación, sino que ponen en riesgo la integridad física de los 26 trabajadores que aún permanecen dentro del complejo.
Ante esta emergencia, la empresa ha activado sus protocolos de contingencia. Busca proteger a su personal, prevenir daños operacionales y ambientales, y evitar un colapso irreversible de su infraestructura. Pero el tiempo corre, y si no se restablece el acceso pronto, el apagado de los pozos se convierte en una amenaza real.
Las demandas de la comunidad de Carrapiñapule son claras y de largo aliento: reclaman el cumplimiento de compromisos históricos por parte del Estado colombiano en temas fundamentales como agua potable, educación, transporte escolar y el reconocimiento de sus autoridades tradicionales.
Desde Hocol, sin embargo, aseguran que han cumplido con sus obligaciones y que están dispuestos al diálogo. Pero también advierten que no pueden sustituir las responsabilidades legales y constitucionales de entidades como el Ministerio del Interior, la Gobernación de La Guajira y la Alcaldía de Manaure.
Este bloqueo no solo pone en riesgo la infraestructura energética, sino que reaviva la compleja relación entre las comunidades indígenas y el Estado. Más allá del suministro de gas, lo que está en juego es la confianza institucional y la capacidad del Estado para responder a las demandas sociales estructurales.
En un momento donde el país ya enfrenta retos para garantizar su seguridad energética, esta crisis en La Guajira puede convertirse en un punto de inflexión. Las autoridades, por su parte, están bajo presión para actuar con rapidez, garantizar la vida de los trabajadores y restablecer el flujo de gas, pero también para atender las exigencias legítimas de la comunidad. El futuro inmediato del abastecimiento podría depender tanto de una solución técnica como de un diálogo histórico con los Wayúu.






